Nota: En los últimos blogs, compartimos
nuestras ideas sobre la forma en que pensamos podría ser el futuro, y cómo las
diferentes áreas dentro de Amadeus pueden contribuir a construir el futuro de
los viajes. Hoy nos gustaría transportarle a un futuro próximo para ver cómo
podrían ser los viajes dentro de algunos años a través de una corta historia.
Dylan se encontró de pie en el
andén de Chumphon a últimas horas de la tarde. El zumbido de las moscas y los
gorjeos de los gecos resonaban por las vías.
"Imposible llegar al ferry a
tiempo", gruñó Dylan secándose el sudor de la frente. El aire era húmedo
como el de una sauna.
"Confía en mí, toma un taxi
al embarcadero 31. ¡Y no pagues más de veinte e-dólares!".
Un viejo taxista de pelo canoso
condujo a Dylan a través del laberinto de casas, templos budistas y mezquitas.
A Dylan le latía con fuerza el corazón en el pecho. Cada semáforo en rojo, cada
atasco, le hacían morderse el puño. ¿Llegarían algún día? Entonces, los
edificios se abrieron para mostrar un mar azul como el zafiro. Barcas de pesca
se mecían a lo largo de un muelle de madera.
"¿Qué pasa?", dijo
Dylan sofocado.
Un pequeño grupo de jóvenes
mochileros se había reunido en el embarcadero 31. El ferry removía el agua con
los motores mientras la tripulación miraba desconcertada. Cuando Dylan bajó del
taxi, la multitud lo animó.
"¡Vamos, Dylan!",
gritaban.
Dylan, demasiado aturdido para
hablar, embarcó y dijo adiós con la mano mientras el barco abandonaba
resoplando el puerto. Durante unos instantes no hizo nada, se quedó inclinado
en la cubierta, mirando las olas cristalinas. Entonces sacó la tableta.
"Un 'flash mob'", dijo Lorie
sonriendo. "Hice correr la voz de que, si no subías a ese ferry, ibas a
perder la oportunidad de tu vida. Ha sido impresionante la cantidad de gente
que estaba dispuesta a ayudar. Le han suplicado al capitán que se demorara lo
suficiente como para que pudieras llegar".
Dylan vació el pecho con una exhalación
en un arrebato de confianza.
"Lorie, ahora nada nos va a
parar".
Una ola inusualmente grande
golpeó la proa. El barco se escoró bruscamente y lanzó a Dylan contra la borda.
La tableta se le escapó de las manos. Cayó al agua y desapareció en las profundidades
del mar.
#
Ko Chokdee surgió del mar como
una joya, una tierra tallada en esmeralda y jade. Mangos, plátanos y papayas
salpicaban las colinas en un mosaico de verdes. Una arena blanca rodeaba la
costa. El mar era de un bello color
turquesa.
Pero esta belleza pasaba
desapercibida para Dylan, que recorría con abatimiento la distancia del ferry a
la hilera de tiendas de madera. Por culpa de su exiguo presupuesto, sólo
disponía de un dispositivo móvil: la tableta que ahora yacía en el fondo del
Golfo de Tailandia. Todos sus planes y demostraciones del VPA estaban allí. Y
lo que es peor, allí estaba Lorie. Se encontraba en una isla remota a
kilómetros de un cibercafé. Ni siquiera sabía dónde se celebraba la conferencia
sobre software. El sol era invisible para Dylan, perdido como estaba en la
niebla de la desesperación.
Una mano le tocó el brazo. Era
una mujer que rozaba los setenta años, vestida con el inevitable uniforme de
turista de camiseta y pantalón corto. Se quitó el sombrero de paja y un mechón
de pelo plateado ondeó en la brisa marina.
"Disculpe, joven", dijo
sonrojándose. "¿Es usted Dylan Howard?".
Él asintió.
"He recibido un mensaje de
texto de alguien llamado Lorie".
Dylan abrió los ojos. Aquello era
increíble.
"Dice que, al final de la calle, hay una
tienda de telefonía donde venden móviles baratos. De hecho, allí fue donde
compré este".
El atardecer encontró a Dylan
sentado fuera de un puesto de fideos, degustando un vaso de espumosa cerveza
local y mirando ocioso los rickshaws
que transportaban turistas. En la mesa había un móvil nuevo y reluciente. La
tienda de telefonía sólo tenía móviles anticuados, ningún modelo con pantalla
táctil interactiva, pero al menos Lorie podía comunicarse por mensajes de
texto.
Tomó el móvil y repasó los
mensajes de Lorie.
"No podemos hacer nada más
esta noche. La pensión Somsak, enfrente de este restaurante, tiene una
habitación libre".
Dylan nunca
se había sentido tan agotado. El cambio de zona horaria, el calor y la tensión
del viaje se habían ido acumulando hasta dejarlo exhausto. Se preguntó si
podría haber llegado tan lejos sin Lorie, siempre a punto para traducir una
palabra o indicar la dirección correcta. La respuesta fue no.
Dylan pasó la tarjeta electrónica
por el lector que sostenía el camarero y se arrastró hasta la pensión.
#
Un gallo de magnífica voz
despertó a Dylan al amanecer. Estaba tumbado bajo los pliegues de la
mosquitera, observando cómo la pálida luz del día se filtraba por las persianas
de la ventana. Se sentía seguro allí, arropado en una penumbra prenatal. Pero
hoy era el gran día. Tenía que llegar al hotel, buscar la manera de entrar y
convencer de algún modo a un grupo de poderosos ejecutivos para que le
escucharan. En Inglaterra, el plan parecía factible. Ahora parecía precipitado.
Tal vez debería escabullirse de vuelta al continente. Al menos, se ahorraría la
humillación de un fracaso estrepitoso.
En la mesita de noche, empezó a
sonar la alarma del teléfono móvil. Una vez más, Lorie había previsto sus
necesidades. Revisó la bandeja de entrada de mensajes.
"Buenos días, Dylan. No
desesperes. Al fin y al cabo, tú me inventaste".
Con una tímida sonrisa, Dylan se
abrió paso para salir de la mosquitera. Después de una tonificante ducha fría,
se dirigió a la casera de la pequeña recepción sin alfombras. Era una mujer
rolliza de mediana edad, de piel canela y pelo negro azabache.
"Quisiera ir al Sandalwood
Spa Resort", le dijo.
Ella se echó a reír como si
hubiera dicho una soberana estupidez. Repitió la pregunta. Ella señaló
enérgicamente al cielo con el índice.
"Única forma, señor. Única
forma".
Dylan dio un paso atrás,
confundido.
"¿Quiere decir en
avión?".
Ella negó con la cabeza
vigorosamente.
"No avión, otra cosa. No
saber como decir en inglés".
"Ah, ¿quiere decir en un
helicóptero?".
Ella asintió con idéntica
vehemencia.
"Pero habrá
carreteras".
"No carreteras, señor,
jungla difícil".
"¿Entonces cómo llego hasta
allí?".
La dueña se encogió de hombros y
se marchó. Dylan sacó el móvil del bolsillo y tecleó nerviosamente una
pregunta.
"Dicen que no hay carretera
para ir al hotel. ¡Ayuda!".
Pulsó el botón de enviar. Al cabo
de unos segundos, sonó un mensaje en el móvil.
"No hay carreteras
asfaltadas, pero hay caminos. Alquila una bici en Tom’s Bike Shanty, en el
edificio de al lado.
Pedalea hacia el oeste. Te
enviaré las indicaciones. Y, Dylan, no olvides comprar agua para beber. Hay
riesgo de golpe de calor".
Dylan besó el móvil, un gesto que
hizo troncharse de risa a la casera. La ignoró y salió disparado hacia la
puerta.
La colección de armatostes
oxidados de la tienda del tal Tom dejaba bastante que desear. Dylan acabó con
una bicicleta de carretera dos tallas más pequeña, pero tenía demasiada prisa
como para ponerse a discutir. Era el último día de la conferencia, antes de que
los seis grandes se marcharan.
Pedaleó furiosamente por una
carretera ancha y polvorienta, bordeada de viejos banianos. Sentados en el
margen, algunos campesinos vendían arroz o cacahuetes hervidos envueltos en
bambú. Dylan se había olvidado de desayunar y los aromas le distraían como un
canto de sirena, pero no había tiempo que perder.
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