lunes, 17 de marzo de 2014

En busca de Isla Fortuna (Parte 1)


Nota: En los últimos blogs, compartimos nuestras ideas sobre la forma en que pensamos podría ser el futuro, y cómo las diferentes áreas dentro de Amadeus pueden contribuir a construir el futuro de los viajes. Hoy nos gustaría transportarle a un futuro próximo para ver cómo podrían ser los viajes dentro de algunos años a través de una corta historia.

Dylan repasaba el correo electrónico.
"Rechazado, rechazado, no aceptado, rechazado", murmuraba.

En la parte superior izquierda de la pantalla apareció la cara de una joven. Era rubia con tonos rojizos y tenía los ojos azules como un cielo estival. Era Lorie.

"Pareces desanimado", dijo ella.

Dylan se recostó en la silla.

"Seis meses desde mi último trabajo, estoy algo más que desanimado".

Lorie le lanzó una mirada comprensiva. "Vamos, genio, tarde o temprano alguien reconocerá tu talento. 

¿Quieres que explore la nube en busca de nuevas ofertas?".

"Ya lo hemos hecho dos veces hoy", respondió Dylan, peinándose hacia atrás los rizos negros.

"Pues entonces ampliaré los parámetros", dijo Lorie, y desapareció.

Mordisqueando un bolígrafo viejo, Dylan contempló el desorden que inundaba el apartamento. Era lo curioso de estar sin empleo, que estaba demasiado ocupado buscando trabajo como para quitar de en medio las cajas de pizza y los calcetines sucios. Bueno, también demasiado ocupado luchando contra zombis en 3D en la videoconsola, pero necesitaba algo que realmente lo animara...

Con un pitido volvieron a aparecer las bellas facciones de Lorie.

 "Eh, Dylan, tengo algo".
 "¿Un trabajo?".

Lorie negó con la cabeza.
 "Hay una conferencia del sector este fin de semana. Se reúnen los seis grandes".

Dylan se quedó boquiabierto.
 "¿Los gigantes informáticos? ¿Y eso es una oportunidad laboral?".
 "Estaba pensando en el VPA...".

Las siglas correspondían a Virtual Personal Assistant, asistente personal virtual, una inteligencia artificial creada a partir de algoritmos y subrutinas, hecha a la medida de la personalidad del usuario. No era un simple programa: el VPA podía resolver problemas, innovar y crear. En pocas palabras, era capaz de pensar. Durante años, el concepto no había sido más que mera especulación. Una idea fantástica pero que no se haría realidad en esta generación, o eso decían profesores y expertos en tecnología.

Dylan había demostrado que estaban todos equivocados. Había desarrollado un código para un VPA que funcionaba. El problema es que nadie le creía. Como si un don nadie de veintitantos años pudiera triunfar donde las lumbreras del sector habían fracasado. Se habían reído de él en tantas oficinas que había perdido la cuenta.
Lorie, naturalmente, era el prototipo de su programa de VPA. Por el momento, tras un año de pruebas, seguía sin mostrar fallos. ¡Ojalá alguien influyente quisiera escucharle!

"No lo entiendo, Lorie", dijo Dylan.

Lorie le dedicó una sonrisa radiante y Dylan recordó la dura semana que pasó trabajando en esos movimientos labiales.

"Los directivos de las seis empresas informáticas más influyentes estarán en la misma sala. ¿Por qué no presentarles la idea?".

El subcódigo de originalidad de pensamiento de Lorie funcionaba francamente bien. Pero... ¿Colarse en una reunión de negocios? Dylan sintió vértigo en el estómago.

"Tal vez. Y bien, ¿dónde se van a reunir los más grandes?
"Ko Chokdee" dijo Lorie.
"¿Cómo dices?".
"Ko Chokdee, una isla cerca de Ko Samui, en el Golfo de Tailandia. Es un refugio exclusivo, lejos de las rutas más frecuentadas. El nombre significa "buena suerte" en tailandés".

Dylan tragó saliva.

 "¿Y cómo diablos voy a ir hasta allí?".
Lorie cerró los ojos, concentrada. Su inteligencia de varios gigabytes estaba rastreando la red.
"Hay vuelos directos al aeropuerto internacional de Samui a partir de 3.000 e-dólares".
"Lorie, sabes cuánto me queda en el banco. Dar con respuestas imposibles no resulta de ayuda".
Lorie se rió. A Dylan, ese sonido siempre le recordaba al canto de un pájaro.
 "He comparado tu presupuesto con todas las opciones de viaje. Existe una ruta asequible, si volamos a un destino más barato y, desde allí, viajamos por tierra".

Dylan frunció el ceño.
"¿Estás segura? ¿Y qué hay de los visados? ¿Y el seguro?".
"Confía en mí, Dylan. Puedo encargarme de todo en unos nanosegundos. Déjame que me ocupe del trabajo aburrido mientras tú te centras en la presentación de tu vida. ¿Qué te parece?".

Dylan se rascó la barbilla. Sin trabajo, sin novia, sin vida social, ¿qué podía perder? Golpeó el escritorio con la mano cerrada.
"Lorie, eres un genio".
"No, Dylan, tú eres el genio. He descargado una lista de artículos imprescindibles para el viaje en tu tableta. Haz las maletas mientras reservo el autobús al aeropuerto".
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Las puertas de la terminal de llegadas se abrieron con un silbido, y Dylan se encontró con una pared de aire caliente y pegajoso.  

"Prueba con ese taxi y pregunta por Jalan Sultan Hishamuddin", dijo Lorie desde la tableta de la bolsa de Dylan.
"¡Malasia!", chilló Dylan. "Malasia", repitió en un tono menos estridente. "Ni siquiera es Tailandia, nos hemos equivocado totalmente de país".

"Confía en mí, Dylan. He priorizado costes frente a horas. Ésta es la única ruta por la que puedes llegar a tiempo sin arruinarte. Siempre que...".
"¿Siempre que qué?".
"Siempre que toda vaya bien".

Dylan puso los ojos en blanco, se colgó la bolsa al hombro y emprendió la ardua marcha bajo un sol tropical cegador.

Sentado en el taxi de camino a Kuala Lumpur, Dylan se mordía las uñas frenéticamente. Afuera veía un mundo interminable de edificios orientales y buganvillas. Todas las señales estaban en un idioma extraño. La gente, las tiendas, los autobuses, todo era diferente. Era como si hubiera aterrizado en otro planeta. Se sintió muy solo.   

Cuando llegó a la estación de tren, un castillo de relucientes minaretes blancos, una joven envuelta en un hiyab lo esperaba. La faja de su cintura indicaba que trabajaba para la central de reservas.
"¿El Sr. Howard? Sus billetes".
"Pensé que sería más rápido que hacer cola", explicó Lorie.

Lorie guió a Dylan a través de la muchedumbre de viajeros y vendedores de sopas de fideos hasta el andén correcto. Pronto el tren pasaba a toda velocidad entre plantaciones de caucho, con centenares de árboles alineados en filas ordenadas.

Todos los asientos tenían instaladas pantallas en el respaldo. Dylan se inclinó hacia delante y tocó la que tenía enfrente. Apareció el menú.    

"¿Que pido para cenar?", preguntó.
"Mmm", dijo Lorie. "Pidamos consejo".

Cerró los ojos y navegó por la nube, preguntando en todas las salas de chat y las redes sociales correspondientes. 

"Hecho", dijo, abriendo los ojos. "Josh y Mandy de Sídney, mochileros de viaje a Singapur, dicen: 'Probad el nasi lemak, la combinación de dulce y picante es para morirse'".
La comida resultó ser realmente exquisita y la cerveza local, aún mejor. Dylan puso la película de acción más reciente en la pantalla táctil y se quedó dormido.

Se despertó al amanecer con una vista de palmeras y brillantes campos de arroz. Un vendedor de comida se abría paso por el compartimento vendiendo plátanos rechonchos.

"¡Tailandia!", exclamó Lorie. "Pronto bajaremos en Chumphon, la puerta de entrada a Ko Chokdee".

Una fuerte sacudida estremeció el tren. Las ruedas chirriaron como animales torturados hasta que el tren se detuvo totalmente. Pasaron dos horas interminables mientras los pasajeros esperaban noticias en la burbuja estanca del aire acondicionado. Nadie vino, pero al final el tren volvió a la vida con un parpadeo. Los ordenadores y aparatos eléctricos de a bordo volvieron a conectarse y el motor empezó a girar de nuevo.

"Fallo en los circuitos. Sólo necesitaba reiniciar", dijo Lorie.

Dylan le lanzó una mirada llena de reproche. 

"Pareces preocupado", observó ella.
"Porque lo estoy", respondió él.

Ella le lanzó una sonrisa blanca inmaculada.

 "Procura dormir y recuperarte del jetlag. Tengo una idea". 

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