lunes, 17 de marzo de 2014

En busca de Isla Fortuna (Parte 3)


Nota: En los últimos blogs, compartimos nuestras ideas sobre la forma en que pensamos podría ser el futuro, y cómo las diferentes áreas dentro de Amadeus pueden contribuir a construir el futuro de los viajes. Hoy nos gustaría transportarle a un futuro próximo para ver cómo podrían ser los viajes dentro de algunos años a través de una corta historia.


Lorie le envió un mensaje indicándole que girara la siguiente a la izquierda; al cabo de unos segundos, otro diciéndole que se había pasado de largo y que regresara. Dylan bendijo el GPS del móvil y dio media vuelta. La carretera se convirtió en una calle, después en un camino y finalmente en un sendero. 

Continuó internándose en la jungla, parando sólo para echar unos tragos de agua. Aunque el follaje ofrecía una cierta sombra, el sol era apabullante. Nunca nada le había sabido mejor que aquellos sorbos de agua de la botella de plástico.

Entonces llegó un tramo muy empinado, tanto que desmontó para seguir subiendo. En las copas de los árboles graznaban pájaros exóticos. Sus alas centelleaban con intensos verdes y azules metálicos. 

Mientras Dylan estaba distraído con los árboles, el sendero se abrió inesperadamente a una pared de celosía de hormigón. Miró a través de los huecos. ¡Allí estaba! El Sandalwood Spa Resort, como una visión del nirvana. 

Edificios de tonos pastel se distribuían alrededor de la piscina, que albergaba una fuente y un bar. Todo en la arquitectura del hotel eran columnas, arcadas y cúpulas, una extraña mezcla entre el estilo arabesco y una villa mediterránea. Los huéspedes del hotel, en traje de baño, yacían alrededor de la piscina mientras se les agasajaba con bebidas frías y exquisiteces. La indumentaria del personal del hotel recordaba al vestuario de una obra sobre Aladino, con turbantes rojos, levitas y fajas de color rosa.

Dylan silbó con admiración.

"¿Y cómo entro?".

"Prueba por la entrada", sugirió Lorie.

Dylan se acercó a las puertas de acero.

"Por favor, mire a la cámara", dijo una voz robotizada.

Dylan bajó la cabeza al objetivo en el panel de seguridad junto a las puertas. Un láser verde escaneó sus retinas.

"Identidad desconocida", dijo la voz.

Dylan puso la mano frente al lector. La luz verde le iluminó la palma.

"Identidad desconocida".

"¿Puedo hablar con algún responsable, por favor?", gritó Dylan haciendo señas a las cámaras de seguridad de arriba.

"Identidad desconocida", fue la respuesta pregrabada.

Durante unos instantes, Dylan se planteó destrozar el panel con una piedra.

"Por favor, ¿puedo entrar?", suplicó.

"Póngase en contacto con el servicio de atención al cliente para obtener un folleto sobre nuestras instalaciones. Que tenga un buen día", dijo la grabación.  

Y ahí se acabó todo, había fracasado. Con la cabeza gacha y los hombros caídos, se retiró hacia la vegetación. La frustración resonaba en su cabeza. Había estado tan cerca... ¡Le estaba sonando el móvil!

"No puedes rendirte ahora, Dylan".

Era la dulce voz de Lorie. Era un nuevo truco, utilizar el software de audio de la nube para hablar, en lugar de escribir mensajes.  

"Se ha acabado, Lorie. Buen intento, pero no ha podido ser".

"Tal vez no. He encontrado una entrada trasera. ¡Vamos!".

Al cabo de cinco minutos, Dylan encontró la salida. Estaba desierta.

"¿No hay seguridad?", preguntó, presionando el móvil contra la oreja.

"Bueno, han tenido que ir a atender una llamada".

Lorie rió.

Dylan se coló en la propiedad y, con las indicaciones de Lorie, encontró el camino a la sala
de reuniones. Entró en un pasillo de aire acondicionado sibilante.

"Sigue caminando", dijo Lorie.

Llegó a una puerta.

"¡Es ahí, entra!".     

Dylan se detuvo un instante, un instante que duró una eternidad. Su mente revivía a toda velocidad los últimos seis meses de rechazos y fracasos. En su cabeza se agolpaban imágenes de las últimas cuarenta y ocho horas. Había emprendido una búsqueda, una búsqueda lunática e insensata, y todo para llegar a este momento.

Inspiró profundamente y entró.

Cinco hombres y una mujer estaban sentados alrededor de una mesa de reuniones. Una enorme pantalla 3D dominaba el extremo opuesto de la sala. En su superficie centelleaban figuras: diagramas de barras, gráficos circulares y esquemas. Los hombres llevaban trajes caros y la mujer lucía un montón de joyas de oro. Se quedaron inmóviles como maniquíes, con los ojos como platos y la boca abierta.  Dos horas en la jungla habían conferido a Dylan un aspecto desaliñado y sudoroso.

Nadie hablaba. Dylan tosió nerviosamente.   

"¿Qué es esto? ¿Un cabaré?", preguntó un americano corpulento. Todos se carcajearon.

"Me llamo Dylan Howard y he perfeccionado el VPA. Mi programa se ajusta como un guante a las necesidades del usuario y es capaz de pensar de forma inteligente".

Los ejecutivos se echaron a reír.

"Querido, aún faltan décadas para eso", dijo la mujer en un refinado acento británico.
Sonó su móvil, así como todos los demás móviles de la sala, y en las pantallas apareció
Lorie, perfecta como una diosa.
"Escúchenle. Soy la prueba fehaciente de ello". 
"Que alguien llame a seguridad", dijo el americano.
"No lo hagan", suplicó Dylan. "He tenido que viajar por medio mundo".
"A juzgar por tu aspecto, parece que lo hiciste a pie", dijo la mujer británica, y levantó una ceja con altivez.
"Sin Lorie, no lo hubiera conseguido. Estoy arruinado".
"¿Sin quién?".
-"Sin mi VPA".
-"Ésa soy yo", dijo Lorie materializándose en la enorme pantalla de plasma.
Dylan apretó los puños.    
"Cada vez que se producía un desastre, allí estaba ella para enderezar las cosas".
La mujer británica colocó la tableta en la mesa y dijo: "Prosigue…".
                                                                  #
La luz del día se apagaba mientras Dylan disfrutaba de un cóctel al lado de la piscina. En su regazo tenía un montón de contratos. A su lado tenía una nueva tableta, cortesía de los seis grandes. Lorie lo miraba atenta, radiante como el sol.   
"Lo conseguiste", dijo.
Era verdad. La historia de cómo su VPA superó cada obstáculo y le permitió llegar a la conferencia cautivó a los ejecutivos. Dylan los había entusiasmado.
"Mira estos derechos digitales. Valen unos cuantos millones de e-dólares", dijo, y engulló el zumo.
"Enhorabuena".
Dylan se recostó en los cojines de la tumbona. Habían pasado tantas cosas en las últimas cuarenta y ocho horas que en su mente estaba todo confuso. Había volado por todo el mundo, había tomado un tren, había navegado en ferry e incluso había alquilado una bicicleta. Había recibido ayuda de un "flash mob", de usuarios de Internet e incluso de la señora del móvil anticuado. Había traducido instrucciones, pagado facturas y hecho reservas. Y todo gracias a Lorie. Gracias a ella, todo estaba en orden y no había de qué preocuparse. ¿O sí?
Dylan se incorporó bruscamente sujetando el vaso vacío.
"Sólo una cosa más, Lorie".
"Dime".
"Bueno, antes de que pueda ingresar estos cheques pasarán unas semanas".
"¿Y?".

"¿Cómo demonios vamos a volver a Inglaterra?". 

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